martes, 18 de enero de 2011

Escurridizo




El día que Martín dio el último final para terminar la carrera de Letras nos pidió que no lleváramos huevos ni harina. No quería grandes festejos ni emociones desbordadas.  Sólo la compañía de los amigos y familiares que quisieran ir. Fue una mañana de verano en un día laborable, no éramos muchos, y el trámite fue más breve de lo que imaginábamos. Martín entró segundo a rendir, y al rato salió licenciado. Estaba contento, era obvio, pero contenido. Se abrazó con sus hermanos y sus amigos y salió de la universidad con ganas de una cerveza de media mañana y una siesta. Eso hizo, y aunque nunca lo admitió sé que cuando cerró la puerta y quedó solo en su cuarto empezó a festejar.

Es que Martín siempre tuvo la idea de que mostrar las emociones más profundas era ponerse en un lugar de vulnerabilidad que no quería ocupar. Los que lo conocemos bien sabemos que cualquier persona con su sensibilidad está expuesta a ese riesgo -¿acaso alguien no lo está?-, y resulta por lo menos extraño pretender que situaciones como aquella no lo conmuevan. Pero él se lo creía. Y andaba por la vida tratando de mostrarse imperturbable, superado, lo que hacía que los que no lo conocían bien pensaran -otra vez- que era un pedante. Martín se lo buscaba y parecía disfrutarlo, pero en el fondo era otra mochila que él solito decidía cargar.

Y no le pasaba sólo con las alegrías. Le vi manejarse igual en sus relaciones de pareja, en los laburos, y hasta en algunos viajes. Siempre saltando de una cosa a otra, probando mucho y profundizando poco, dejando pasar oportunidades por miedo a perderlas. Como cuando tuvo la opción de irse a estudiar a Italia con una beca: eran diez lugares para cincuenta aspirantes y no hizo el menor esfuerzo por aprender el idioma y alcanzar una de las plazas. O cuando tuvo la opción de ocupar un lugar en la lista de la agrupación de la facultad: decía que no creía en los partidos ni las organizaciones estudiantiles, que lo mejor era luchar desde lo individual poniendo el cuerpo. Martín se sentía cómodo nadando cerca de la superficie, siempre con la posibilidad de salir rápido a tomar aire. Él lo tenía claro. Y sabía que los años seguían pasando, mientras acumulaba proyectos y no resultados.


Su proyecto actual es Reykjavik. Nadie más que él sabe si es el cambio de rumbo que necesita, o uno más en su larga lista de buenas intenciones.


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1 comentario:

  1. prefería nadar solo. lo mejor es luchar desde lo individual poniendo el cuerpo.

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