sábado, 27 de noviembre de 2010

Kilómetro Cero


El protagonista de esta historia es Martín. Martín tiene, como cualquiera que haya llegado o esté cerca de los 30, una historia plagada de huellas, marcas, o simplemente anécdotas que recuerda y arrastra adonde va. Para no aburrir con detalles desde el comienzo me interesa detenerme en los dos aspectos clave de su presentación.

El primero es que Martín siempre disfrutó más la presencia de chicos que de chicas. No por misoginia, ni mucho menos. Quizás el hecho de ser el segundo de cinco hermanos varones, sumado a una educación formal en escuelas de chicos, hizo que las mujeres se volvieran para él un objeto tan fascinante como inabarcable. Claro que tenía -y tiene- un puñado de amigas, y hasta alguna ex novia que cada tanto lo llama para ver cómo está. Pero los códigos de camaradería entre varones, y esas reuniones donde los porros se pasan en silencio, hacen que Martín se sienta más cómodo ahí que en cualquier otro lado.

El segundo rasgo que sobresale en Martín es el que da origen a esta historia. Desde chico siente una atracción irrefrenable por los mapas y los viajes. Puede pasar horas con un atlas de rutas en sus manos, o leyendo alguna guía turística, incluso de lugares a donde -imagina- nunca iría. Alguna vez contó que cuando cumplió 8 años fue solo hasta el kiosco de diarios a regalarse una Guía Peuser de bolsillo; el kiosquero lo miró y le dijo -"Pero esto es de calles, ¿sabés?"-. Martín apenas asintió con la cabeza y pagó en australes el valor de muchos ceros que tenía la guía. Durante el secundario -la época en la que conocí a Martín y comencé a relacionarme con él de manera más o menos fluida- descubrí su fascinación por los países nórdicos. Esperaba las horas de geografía en segundo año para aprender sobre ese grupo de naciones casi aislado del resto del planeta, y no tenía problemas en agregar en los trabajos prácticos los apellidos de cualquier compañero a cambio de que le dejaran hacer las monografías como él quisiera. De más está decir que los resultados eran siempre muy buenos.

En los años que siguieron al final del secundario Martín viajó mucho. Primero por Argentina, de mochilero. Recorrió el sur, tanto por la cordillera como por la costa; conoció las Cataratas; viajó a Mendoza y cruzó la cordillera; y viajó mucho por el norte: Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy son provincias en las que estuvo más de una vez. Después se animó a recorrer Uruguay, Brasil y Perú, alternando días de descanso en las playas más hermosas que recuerde, con la aventura de internarse en paisajes más húmedos y selváticos. Y fue en Bolivia -"el país mágico", como le gusta definirlo- donde decidió que los viajes iban a ser su estado habitual y no el excepcional, tal cual le sucede a la mayoría de la gente que conoce.

En ese plan se encuentra hoy, acostado en su cama de dos plazas con un mapa de rutas gigante, imaginando un itinerario por la ruta del hielo. Con Suecia como punto de partida, Noruega como lugar de paso, y el plato fuerte para el final. Ese lugar con el que siempre soñó desde el escritorio que compartíamos en las aulas del Normal y Técnico N° 8.

Martín tiene un objetivo. Y ese objetivo se llama Islandia.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Bienvenidos a Reykjavík



Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima trataría
de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto
me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido
de hecho tomaría muy pocas cosas con serenidad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, contemplaría más amaneceres.
Subiría mas montañas, nadaría mas ríos.
Iría a más lugares donde nunca he ido.
Comería más helados y menos habas.
Tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui de esas personas que vivió
sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida.
Claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás, trataría de tener solamente
buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso esta hecha la vida.
“Solo momentos, no te pierdas el ahora.”
Yo era uno de esos que nunca iba a ninguna parte
sin un termómetro, una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas… 

Si volviera a vivir viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar
descalzo al principio de la primavera y
seguiría así hasta concluir el otoño.
Daría mas vueltas en la calesita
contemplaría mas amaneceres y
jugaría con más niños.
Si tuviera otra vez la vida por delante...


Bienvenidos a Reykjavík.